viernes, 10 de diciembre de 2010

Manual del perfecto idiota ANTI-latinoamericano

Aunque personalmente creo que leer un libro como “El manual del perfecto idiota latinoamericano” de Vargas Llosa, es una importante pérdida de -un más- importante valor que es el tiempo, me puse a leerlo y descubrí que en general personas formadoras de opinión como lo que él –Vargas Llosa- representa para mucha gente, en realidad es como un libro de autoayuda para aquellos que dudan de su propio resentimiento, generándoles alguna forma de “sensación de poder” basada en una simbología gastada y pobre.
Resulta que en éste libro se expone una serie de argumentos más o menos válidos, históricamente y educativamente -al menos la de educación “formal” que rige desde hace varias décadas- de por qué un latinoamericanista se pronuncia como tal; como una suerte de pensador que, muchas veces puede ser un izquerdista –o marxista como define el libro– o a veces que su pensamiento proviene del resentimiento mismo de su propia estirpe, de su ascendencia. O bien en cómo se fue gestando ese pensamiento marxista “anti-yanqui” por la forma en que vivieron o sobrevivieron sus ascendientes, sumidos en la miseria, el resentimiento y en la envidia hacia los demás que vivían –y viven- fastuosamente una vida llena de placeres y buenospasares.
De lo que el libro no habla es que hay muchos de esos Latinoamericanos que se pronuncian a favor de la equidad de los ciudadanos ante la ley por razones más que justas sino que hasta el por derecho mismo de ser Humano, de un ciudadano, reclamando su derecho a ser una persona, “un justo valor“ en la sociedad –como dirían los analistas económicos-, a rebelarse ante la injusta situación de desigualdad y hasta de la verdadera –y real- discriminación  por una serie de causas que van desde el simple color de la piel, la estatura, la proveniencia étnica hasta la forma de vestir.
La mayoría de los latinoamericanos que escriben éstos libros, o bien, que protestan en contra de la “igualdad”  y la calidad o estatus de “ciudadano” que poco a poco va ganando la sociedad toda, son aquellos que fueron educados en un hogar que o bien ha servido por generaciones a empresarios unipersonales (o multipersonales o multinacionales) y ha tomado como ejemplo a tales personas, con una visión casi fanática o dogmático-religiosa, convenciéndose que actuando así quizá alguna vez podrá ocupar ese mismo lugar en la sociedad; así es como también actúan favoreciendo y ¡hasta justificando cosas injustificables!. Si bien es cierto que están bañados por un halo de buenaventuranza –proveniente de su empleador-, de un buen pasar económico respecto de los demás simples mortales que deben trabajar muchas, pero significativamente muchas más horas consagrando sus fuerzas en sembrar la tierra que pertenece a otro o bien en una fábrica sujeto a desconfianzas y además una paga poco proporcional a su propia productividad. Claro, esto, según muchos proviene del marxismo, pero no es así. El mismo Adam Smith lo contempla en su mercantilismo. ¡Muchísimo antes que Marx! Fue así como adoptó el término de “Valor del Trabajo” y de quienes eran capaz de producirlo. Con otras palabras mucho más sutiles y hecho a medida de los pensadores “progresistas” de todas las épocas e incluso también escrito de forma tal que aquellos otros pensadores puedan usar en su propio beneficio. Más aún considerando que es una obra tan extensa que es bastante difícil que un trabajador pueda leerla en su extensión, por lo que finalmente tendrá que confiar en los textos de los se ocupan de resumir, interpretar y re-interpretar al autor.
La sociedad típica se suele dividir entre tres clases de ciudadanos: ciudadanos con derechos y obligaciones, ciudadanos con más derechos y un poco menos obligaciones y ciudadanos con muchos menos derechos y muchas más obligaciones –más allá que las cumplan o no-. Como para explicar un poco las diferentes tres clases sociales, usualmente en el lenguaje profanado, como izquierda-centro-derecha, marxista-democrático-liberal o baja-media-alta. Los autores de esos textos tanto como los seguidores casi enceguecidos de esa forma de pensamiento en realidad sólo son proclives a la crítica basada en el mismo y único argumento (la envidia, el marxismo, el resentimiento, etc.) acerca de por qué un ciudadano puede pronunciarse en pos de la equidad social, de la igualdad de oportunidades, en la igualdad humana en cuanto humano y no ser más o menos igual según su color de piel o proveniencia étnica o incluso social. Suele hablar del valor del Trabajo, pero sólo referido en tercera personas –o para terceras personas- y la actitud en el mundo real suele ser la de un tirano, devaluando el valor del trabajo de otros que no son de su propio estrato social y sobrevaluando aquellos que son de estratos similares o superiores. Han llegado hasta a endeudarse, económicamente hablando, de por vida por haber adquirido el trabajo de aquellos que supone “superiores” sin ser realmente excepcional o diferente a lo que devalúan.
Si vamos a hablar a favor del latinoamericano que no es un perfecto idiota, tendríamos que decir que en realidad siempre estuvo servido por una casta de otros latinoamericanos, estuvo rodeado de posibilidades casi innatas debido a su propia estirpe. Ya sea por provenir de una larga historia de señores propietarios o bien de otra mucha más larga historia de quienes estuvieron al servicio muy cercano de los primeros. Los demás que hicieron fortuna –para quienes tuvieron la oportunidad de realizarla honestamente y hasta honestamente mantenerla- lo hicieron con verdadero esfuerzo y trabajo, luchando por su falta de relaciones, la diferencia enorme de posibilidades, o la discriminación misma. Y esto no obedece a un capricho personal de tipificar cosas inexistentes. Está documentado: lo dice Phillip Kotler en todos sus libros de márquetin, o mercadotecnia, acerca de la forma de relación y comercialización de los latinoamericanos, donde prevalece el “efecto halo”, o sea en que oportunidad es mayor para aquella persona (empresa o empresario) más o menos conocido en el mismo estrato social y siempre la operación se concreta más por una entrevista personal, una percepción personal del contratante, y además de la recomendación de terceros que por el valor del servicio o producto ofrecido en sí.
En general, todo se reduce simplemente a lo económico. Hasta lo supuestamente espiritual reflejado, al menos, en la oficialidad de la religión católica se reduce a lo meramente económico. Se habla de las diferencias sociales como algo natural y aceptable pero no habla de oportunidades.
En fin, para decirlo como un “perfecto idiota latinoamericano”: existe una casta, y subcastas también, de personas que creen que las cosas siempre deben ser como son. Propician la admiración a personajes (como en el momento sucede con el millonario Fort) que suponen exitosos empresarios que se toman el tiempo para viajar y mostrar su fortuna, pero todos los demás mortales deben trabajar, sólo trabajar.